El arrepentimiento de Judas y Pedro
En los últimos momentos de Jesús antes de su crucifixión, Él compartió una cena especial con sus discípulos, un momento lleno de significado y enseñanza. Fue durante este tiempo que dos de sus seguidores más cercanos, Judas Iscariote y Pedro, tomaron caminos muy diferentes. Sus acciones y sus formas de enfrentar el pecado y el arrepentimiento nos dejan lecciones profundas sobre la culpa, el perdón y la gracia.
El caso de Judas
Los evangelios relatan cómo, después de la última cena, Judas fue a los jefes de los sacerdotes y les ofreció entregar a Jesús. En Mateo 26:14-16, se nos dice que Judas fue por sí mismo a negociar con ellos. Los sacerdotes, ansiosos por arrestar a Jesús sin causar disturbios entre el pueblo, le ofrecieron treinta piezas de plata, una cantidad equivalente a unos cuatro meses de salario en esa época. Judas aceptó el dinero y comenzó a buscar una oportunidad para entregar a Jesús en secreto. En el evangelio de Marcos (14:10-11), se añade que los sacerdotes se alegraron al escuchar la propuesta de Judas y en el evangelio de Lucas (22:3-6) se revela un detalle aún más “oscuro”: Satanás entró en Judas. Este pasaje sugiere que la traición no fue solo un acto humano, sino que tuvo un componente espiritual de maldad. A pesar de haber sido un discípulo cercano a Jesús, Judas permitió que el pecado y la influencia del maligno lo llevaran a traicionar a su Maestro por dinero. Tengamos cuidado, queridos hermanos, no es porque somo escogidos y porque llevamos años en el evangelio que estamos libres de pecar (gravemente) o de ser atacados por el diablo quien probablemente escuchó la pregunta hipócrita de Judas: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por el equivalente al salario de trescientos días, para ayudar a los pobres?” frente a la mujer que derramó un perfume de gran precio a los pies de Jesús (Juan 12:5). El diablo conoció el punto débil de Judas y probablemente conozca el suyo también. Al parecer Judas no pensaba que su acto llevaría a tales consecuencias y después de entregar a Jesús, “viendo que era condenado”, se arrepintió y quiso arreglar la situación devolviendo las treinta piezas de plata, diciendo: "He pecado al entregar sangre inocente" (Mateo 27:4), a lo cual los sacerdotes le respondieron con indiferencia. Un paréntesis querido lector: no espere en la justicia humana (ni siquiera de los más altos religiosos) para traer paz y consuelo a su corazón. “No hay un solo justo, ni siquiera uno” expresa Pablo en su carta a los Romanos (3:10b). Sin embargo, su arrepentimiento no lo llevó a buscar el perdón de Dios, sino que lo sumió en la desesperación al ver a Jesús siendo condenado. Finalmente, Judas, cautivo en sus pensamientos de culpa, tomó la decisión de quitarse la vida, marcando un final trágico y sin retorno posible para su situación.
“Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.” (Mateo 27:5) Este episodio da una impresión de rapidez, de urgencia. Judas parece que no pensó dos veces lo que haría con su vida, no le dio ni siquiera tiempo de recordar las palabras de Jesús frente a la mujer (explícitamente categorizada como pecadora según Lucas 7:37) que derramó perfume a sus pies: “si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados”.
¿Cuánto habría Judas amado a Jesús si se hubiese regresado a Él para ser perdonado? Vaya a Jesús por perdón para poder amarle más.
El caso de Pedro
Pedro, otro de los discípulos más cercanos a Jesús, también falló durante esos momentos cruciales. Durante la última cena, Jesús predijo que Pedro lo negaría. En Mateo 26:33-35 y Marcos 14:29-31, Pedro asegura con firmeza que nunca negaría a Jesús, incluso si todos los demás lo hacían. "Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré" dijo Pedro. A lo cual Jesús respondió: "De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces". Lucas (22:31-34), añade también que esto no era solo obra humana, sino que el diablo está entremetido en el asunto al decir Jesús a Pedro: “Satanás ha pedido zarandearlos como a trigo”, en otras palabras, el diablo quiere hacerles daño.
Por una parte: ¿cuánta paz nos debería dar que Dios conoce nuestros pecados futuros y aun así nos ama?
Por otra parte, no seamos soberbios y seamos sensibles a las advertencias de Dios. Pedro tenía “buena intención” al querer luchar por Jesús y estar con él, pero confió mucho en si mismo y en su gran coraje que probablemente era de esperarse de un pescador.
Después del arresto de Jesús, mientras Jesús era interrogado, Pedro estaba afuera en el patio. Tres personas diferentes lo reconocieron como seguidor de Jesús, y las tres veces Pedro lo negó. Al negarlo por tercera vez, el gallo cantó, y Pedro recordó las palabras y predicción de Jesús por lo cual "salió y lloró amargamente" (Lucas 22:62). A diferencia de Judas, Pedro no se dejó consumir por la culpa. Su arrepentimiento fue genuino y lo llevó a una restauración futura.
No puedo decir porque Pedro no se dio la muerte como Judas, pero basado en su relación con Jesús y su deseo de estar con el “hasta la muerte”, puedo imaginar que Pedro no quería abandonar a Jesús definitivamente. Pedro quería seguir a Jesús, aunque le tocara pasar la vergüenza y humillación de su fracaso. Nuestro pecado puede llevarnos a vergüenzas a tal punto de tener que “salir fuera”, donde (uno piensa que) Dios no lo verá más y “llorar amargamente”.
La historia de Pedro no terminaría en llanto amargo, sino que después de la resurrección de Jesús, Pedro tuvo un encuentro personal con Él. En Juan 21:15-17, Jesús le preguntó tres veces: "Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?". Difícil pregunta para Pedro quien le había negado unos días antes. Cada vez que Pedro respondería "Sí, Señor, tú sabes que te amo". Tal como Pedro, nosotros solo podemos dar un amor humano queridos hermanos, no podremos amar a Dios como Él se lo merece. Pedro sabía que sus acciones talvez no podrían seguir sus sentimientos, pero Jesús se encarga con amor de hacérnoslo ver y saber, por lo cual Jesús restaura su relación con Pedro y le permite de nuevo servirle al pedirle “apacentar sus ovejas”.
Para terminar, tanto Judas como Pedro fallaron, pero sus actitudes ante el pecado y al arrepentimiento marcaron la diferencia entre la desesperación y la esperanza.
Judas nos recuerda la importancia de buscar el perdón de Dios en lugar de dejarnos consumir por la culpa, mientras que Pedro nos muestra que el verdadero arrepentimiento abre la puerta a la restauración y a una vida renovada en Cristo. Cuando fallemos, podemos tomar el tiempo de “salir fuera y llorar amargamente” por arrepentimiento, sin tomar las cosas en nuestras proprias manos, y luego regresar a buscar consuelo en Dios a quien “amaremos más, porque más se nos perdonará” y quién nos restaurará para su gloria.

