El problema del sufrimiento

Y sabemos que a los que aman a Dios,
todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que
conforme a su propósito son llamados. (Romanos 8:28)

Dr. Fernando MarinoMiembro de la Iglesia Hispana, FeG Stuttgart

¿Quién no ha sufrido alguna vez? ¿O quién no ha visto sufrir a algún ser querido? Miremos a nuestro alrededor, o simplemente leamos los periódicos. Hay muchísima maldad y sufrimiento, guerras por todas partes, pobreza, todo tipo de crímenes, atentados terroristas, desastres naturales, inmoralidad sexual, corrupción en los gobiernos, etc. Consideremos, por ejemplo, la guerras en Ucrania y en el Medio Oriente, o el sufrimiento producido por los atentados que tuvieron lugar en los últimos meses en el mercado navideño de Magdeburgo, en Aschaffenburg, Mannheim y Múnich. Es normal preguntarse ¿por qué? ¿por qué permite Dios que pasen estas cosas?

Muchos ateos utilizan este argumento para “demostrar” que Dios no puede existir, porque la existencia de un Dios bueno parece incompatible con el sufrimiento y maldad que vemos en el mundo. El problema del mal es un fuerte argumento en contra de la existencia de un Dios bueno, así que es necesario conocer argumentos para neutralizarlo. El filósofo griego de la antigüedad Epicuro planteó el siguiente dilema: Dios, o no es bueno, porque permite el mal, o no es omnipotente, por cuanto no tiene la capacidad para evitarlo. Cualquiera de estas dos alternativas nos parecen llevar a la conclusión de que los dioses no existen, o, si existen, de que no son buenos, y de que son completamente indiferentes a lo que ocurre en este mundo. Esta última fue la solución que dio a este problema este filósofo. En tiempos más recientes el pensador francés Voltaire en el siglo XVIII utilizó el terremoto y tsunami que azotaron Lisboa en el año 1755, en que murieron unas 60,000 personas, para “probar” que a Dios, si existe, no le importa lo que ocurre en este mundo, como creía Epicuro, o quizás, como creerían ateos posteriores, simplemente que Dios no es bueno o no existe.

El hecho es que este terremoto sucedió el 1 de noviembre, día de todos los santos, según el calendario católico, en el momento en que muchos creyentes estaban en las iglesias, las cuales se colapsaron ocasionando la muerte de muchos de ellos. ¿Se trataba de un castigo de Dios?, ¿por qué castigaría Dios a los cristianos? O simplemente ¿fue algo que ocurrió por azar? Esto le llevó a defender la posición Deísta, que no niega la existencia de Dios, pero que afirma que Dios no se ocupa de este mundo desde la creación, posición que fue muy popular durante el siglo de las luces. Ésta es, empero, una posición más cercana al ateísmo que al teísmo. ¿Y cómo responde a este desafío la Biblia? En principio no nos da una respuesta explícita, haciendo aparecer el problema bajo la denominación de “misterio de la iniquidad”. Pero hay más en la Biblia para quien lee entre líneas. Consideremos en primer lugar, el caso más notorio de sufrimiento de un ser humano en la Biblia, al parecer sin razón alguna, del que fue objeto Job.

La escritura lo describe asi: “Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job, y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, “y era aquel varón mas grande que todos los orientales”(Job 1;1, 1:3). La Biblia nos cuenta que incluso Job ofrecía sacrificios a Dios por si acaso hubiesen cometido algún pecados sus hijos. Hombre más justo no se podía concebir. Todos conocemos la historia de cómo Satanás se presentó en la presencia de Dios y Dios lo desafió diciéndole que ponga a prueba a Job. Ojo que fue el mismo Dios quien se lo sugirió. Job fue sometido a todo tipo de sufrimiento y tribulación, perdiéndolo todo, incluso su salud. Y luego tuvo que lidiar con unos amigos que no cesaban de acusarlo de ser el causante de su desgracia. Pero Job se rehusó a negar a Dios. Sin embargo sí le hizo llegar su queja. En respuesta Dios se le apareció al final, haciéndole ver su grandeza y sublimidad, algo más allá de lo que cabe en la comprensión humana. Job fue llevado a decir: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía. Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no podía comprender. Oye, te ruego, y hablaré. Te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco en polvo y ceniza” (Job 42:2-6).

Después de esto Job fue restaurado, recibiendo el doble de lo que había tenido antes. ¿Qué podemos sacar como conclusión? Pareciera como si Dios no le hubiese comunicado la verdadera causa de su sufrimiento, como si lo hubiese provocado por algún capricho. Pero no es así. El hecho es que Job vio a Dios, tuvo un entendimiento de su grandeza como nunca antes lo había tenido; Job al final terminó mucho más cerca de Dios, y además fue bendecido y prosperado en todo lo demás. O consideremos el caso de José en el libro del Génesis, que es considerado un tipo de Cristo. José fue una persona que se puede considerar justa a los ojos de Dios, pues se esforzó en no pecar contra Él, y nunca se lamentó por el padecimiento al que fue sometido. Después de haber sido traicionado por sus hermanos y vendido como esclavo, tuvo que pasar muchos años en prisión por un crimen que no había cometido, pero al cabo de trece años fue exaltado en el reino de Egipto, llegando a ser el hombre más poderoso de Egipto después del Faraón, lo cual sirvió para bendecir a multitudes, que hubieran muerto de hambre de no haber sido por él. Al final tuvo un encuentro con sus hermanos que lo habían traicionado, quienes, gracias a todo lo que había vivido José, fueron salvados de la hambruna que afectaba la tierra. José perdonó a sus hermanos con mucha ternura: “Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José, vuestro hermano, el que vendiste para Egipto. Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá ni arada ni siega. Y Dios me envió delante de vosotros para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así pues no me enviastéis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto” (Génesis 48:4-8).

Es decir que el sufrimiento de José tuvo un final más que feliz, pues no sólo se reconcilió con sus hermanos, sino que además sirvió para exaltarlo y para salvar y bendecir a muchos. Notemos que este sufrimiento fue monitoreado por Dios, en el que nada ocurrió por casualidad, siendo parte un plan de salvación que requería que el pueblo hebreo pasase 400 años en Egipto antes de la liberación que el mismo Dios obraría por medio de Moisés. De esto se dio cuenta parcialmente el mismo José, lo que le permitió comprender que su sufrimiento había estado bajo el control de Dios, que había tenido un propósito por el que Él obró para su gloria y para bendición, lo cual además le hizo comprender que tenía que perdonar a sus hermanos. Aunque él no llegó a conocer todas las repercusiones que esto tendría para todo el pueblo de Israel en el futuro. En el Nuevo Testamento hay un caso que ilustra esta verdad de manera más explícita. Es el caso de la sanación del ciego de nacimiento, narrada en el capítulo 9 del evangelio de Juan. Los discípulos preguntaron a Jesús, “¿quién pecó, éste o sus padres?” ¿Qué respondió Jesús? “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3). Es decir que el sufrimiento de esta persona es algo que Dios utilizó para su gloria. Esto también lo vimos en el caso de Job, a quien Dios se le manifestó en toda su gloria, visión que terminó bendiciéndolo y acercándolo a Él, y también en el caso de José.

El sufrimiento desempeña un papel positivo. Nos acerca a Dios, haciéndonos más semejantes a Él, quien sufrió la tortura más grande y muerte más cruel en la cruz, viéndose rechazado por su propio pueblo y abandonado por sus amigos. El sufrimiento de Cristo en la cruz estaba predestinado desde antes de la fundación del mundo. Es decir que el sufrimiento es parte misma de la esencia de Dios. De la historia de José podemos además deducir que el sufrimiento forma parte de un plan de Dios a escala cósmica, en que el sufrimiento que experimentamos a la larga y sin que nosotros necesariamente sepamos la razón, sirve para bendecir y para su gloria. Aunque muchas veces ocurre, a diferencia de los casos de Job y de José, que la persona que sufre no llega a gozar plenamente del fruto de su sufrimiento sino hasta cuando llega a la presencia de Dios. Ése fue el caso de muchos mártires y santos que dieron su vida por el evangelio. La compensación consiste en haber contribuído a la difusión del evangelio y el reino de Dios en este mundo, y en la bienaventuranza en la eternidad. Sin embargo, podemos estar seguros que para estos creyentes, esa convicción de estar sufriendo por Dios les ocasionó un gozo que sobrepasa el sufrimiento que experimentaron: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Cristo no nos prometió que no habríamos de sufrir. Más bien, dijo:“En el mundo tendréis aflicción. Mas confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Pablo diría: “es necesario que por medio de muchas tribulaciones entremos en el Reino de los Cielos” (Hechos 14:22). 

Sin embargo, en Romanos el apóstol nos dice: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en nuestras tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza: y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom 5:3-5). Es decir que las tribulaciones que experimentamos sirven para producir en nosotros todo tipo de virtudes y frutos del espíritu que nos acercan a Dios, quien nos da la salida de ese sufrimiento por medio del amor, fe, y esperanza derramados en nuestros corazones por el Espíritu Santo. El sufrimiento se puede, pues, experimentar con gozo, si tenemos a Cristo. El sufrimiento sin Cristo, por el contrario, aparece como algo absurdo y ante lo que no hay esperanza. Dice también el libro de Hechos de los Apóstoles que Pedro y Juan “salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de sufrir afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41). Esto confirma las palabras de nuestro Señor en su Sermón del Monte: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”, y “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:4,10).

Dios no es de ninguna manera indiferente al sufrimiento. De hecho, se toma tan en serio el sufrimiento que envió a su propio Hijo para que muriese y sufriese en la cruz en lugar de todos nosotros los pecadores. La solución de Dios al sufrimiento pasa necesariamente por la cruz de Cristo. Su solución no es erradicar el sufrimiento milagrosamente (aunque puede obrar milagrosamente en respuesta a las oraciones), pues eso no eliminaría el problema del pecado, que es la verdadera causa del sufrimiento. Y esta solución requiere un cambio en el corazón y espíritu humano, un nuevo nacimiento, operado por la fe en nuestro Señor Jesucristo. Aceptar su solución tiene el poder de convertir nuestro sufrimiento en un motivo de gozo, aunque debe estar claro, que Dios no quiere que nadie sufra para siempre. El sufrimiento es sólo temporal, por lo menos para los que están con Dios, como lo fue en los casos de casos de Job y José. Dios al final los prosperó mucho más de lo que lo habían sido antes. Del mismo modo llegará el día en que ya no habrá más sufrimiento ni llanto en este mundo para todo aquél que en Él cree. Ésa será la erradicación definitiva del sufrimiento y del mal.

El Señor también utiliza el sufrimiento como una manera de disciplinar a sus hijos. Dice la epístola a los Hebreos que: “Porque el Señor al que ama, disciplina. Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (Hebreos 12:6-7). Es decir que el sufrimiento es además un correctivo cuando nos hemos apartado del camino correcto, aunque es necesario enfatizar que no siempre el sufrimiento es un castigo, como ocurrió con Job, José o el ciego de nacimiento. Otro argumento presentado por el apóstol Pablo en su segunda epistola a los Corintios es el del aguijón de la carne, que le producía sufrimiento, un aguijón que Pablo repetidamente había pedido a Dios que se lo quitara. ¿Qué respondió el Señor? “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por eso Pablo dirá “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones y angustias, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). De esto se puede concluir que el sufrimiento nos fortalece y nos purifica, nos hace dejar cosas superficiales a las que nos aferramos cuando somos “felices”, haciéndonos más profundos. Y duele, sí, pero un escultor no puede completar su obra si no quita todo lo que está demás que oculta la verdadera esencia de la estatua que desea crear. El resultado es una obra de arte. Por eso podríamos decir que el sufrimiento nos hace más bellos, asemejándonos a Dios. ¿Hay algo más bello que la cruz de nuestro Señor y su resurrección? ¿Hay un amor más grande? ¿No hay algo de tristeza en la belleza y en el amor, quizás una mezcla de tristeza y gozo? Pues la belleza y el amor van juntos. El sufrimiento de los demás produce en nuestros corazones compasión y misericordia. Y si nosotros, siendo malos, experimentamos esto, ¿cuánto más Dios, que no sólo es bueno, sino que es la Bondad misma? Si no hubiese sufrimiento no podría Dios experimentar compasión, y sabemos que la misericordia es un atributo de Él.

¿Y el libre albedrío? Vivimos en un mundo caído a causa del pecado. Sabemos que por el pecado entró la muerte al mundo, y con ella el sufrimiento. Y el pecado fue consecuencia del libre albedrío que Dios nos dio. El mal que provocó es el mal necesario para que se pueda afirmar el bien, como la luz que necesita de la oscuridad para resplandecer en medio de ella. Él nos podría haber creado sin libre albedrío, perfectos desde el comienzo, pero hubiéramos sido como robots, y los robots no aman como si lo pueden hacer los seres libres. Ésta es quizás una de las razones por las que Dios no interviene directamente para eliminar todo el mal que hay en el mundo (sabemos, empero, que lo hará en algún momento al final de la historia), porque eso iría contra nuestro libre albedrío. Dios respeta nuestro libre albedrío, y desea que lleguemos al conocimiento de la verdad como seres libres. ¿Y cuáles pueden ser los tipos de sufrimientos que podemos padecer? Enfermedad o muerte, nuestra o de algún ser querido, algún desastre natural, pandemias, envejecimiento y soledad, el no ser amados, incomprensión, luchas espirituales, pobreza o problemas en el trabajo, guerras, ataques terroristas, dificultades económicas, conflictos debidos al pecado, nuestra propia maldad o la de nuestro prójimo, o persecución por causa del evangelio (éste último debiera ser el tipo de sufrimiento que produce más gozo según las Bienaventuranzas). Nadie está libre de estas cosas. Recordemos, sin embargo, como dice Pablo en Romanos 8:35-39, que ninguna de estas cosas nos pueden separar del amor de Cristo. Dios está con nosotros en medio de todo esto.

Entonces, ¿es malo ser feliz? De ninguna manera. De hecho, es un mandamiento, pues la Biblia dice: “Regocijaos en el Señor. Otra vez os digo: Regocijaos!” (Filipenses 4:4). El gozo es un fruto del Espíritu que debe prevalecer en medio del sufrimiento o tribulación. Ojo que estar gozoso no implica que uno esté libre de tribulación. Por otro lado, la mayoría de nosotros en el mundo occidental llevamos una vida de prosperidad como nunca antes se conoció. Diría que incluso vivimos ahora con muchísima más comodidad que los reyes de siglos pasados (¿no estaremos quizás todos un poco mimados?). No debemos confundir esta felicidad material con el verdadero gozo. Además recordemos que éste no es el caso de muchos hermanos que viven en lugares donde la iglesia es perseguida. Por eso no debemos olvidar que tarde o temprano las dificultades podrían llegar. Y para ellas hay que estar preparados con los frutos del Espíritu. Por otro lado, si somos felices, es un mandamiento que ayudemos y tengamos misericordia de otros que están sufriendo: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15). Jesús lo puso así: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, fui forastero , y me recogistéis, estuve desnudo, y me cubristéis, enfermo, y me visitasteis en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mateo 25:35-40). Así que si no estamos sufriendo, debemos participar en el sufrimiento de otros, para ayudarlos. Esto también es evidencia de que Dios desea aliviar nuestro sufrimiento.

¿Y es malo estar triste? El apóstol Pablo nos dice en 2 Corintios 7:10 que hay dos tipos de tristeza, la tristeza según el mundo, que es de muerte, y la de Dios, que produce arrepentimiento para salvación. Así que la tristeza no es incompatible con el gozo, si obra para acercarnos a Dios. Y si la tristeza acompaña nuestro sufrimiento, no debemos sentirnos por ello culpables, como si hubiese algún pecado en ello, siempre que haya gozo en medio de la tristeza. Recordemos que Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro y que sintió angustia en el huerto de Getsemaní. Por otro lado, si estamos sufriendo y nos sentimos tristes, siempre podemos recurrir a la oración, para pedirle a Dios que ponga fin al sufrimiento. Sabemos que Dios no quiere que suframos más de lo necesario, así que estamos seguros de que de alguna manera Dios responderá a esa oración, si ello es parte de su propósito. No debemos olvidar que Dios bendice a los que lo buscan, aunque la bendición a veces tarde en llegar. Recordemos además que a la tristeza que acompañó la muerte del Señor le siguió su resurrección al tercer día. Es decir, que sufrimiento tuvo que haber, pero al final ese sufrimiento se convirtió en el sentimiento de triunfo más gozoso que un ser humano puede experimentar. El sufrimiento del Señor en la cruz es el paradigma del sufrimiento totalmente inmerecido del ser más justo que hay, del mismísimo Hijo de Dios, que al final fue exaltado hasta los sumo, sentándose a la diestra de Dios. El sufrimiento de todos nosotros, incluso el de Job y José, se quedan chicos en comparación. Del mismo modo al sufrimiento del creyente siempre le seguirá la bienaventuranza y la contemplación de la gloria de Dios en la eternidad.

¿Y el sufrimiento de los no creyentes y de gente inocente? ¿Cómo se aplica todo esto en este caso? Para ellos su sufrimiento parece ser absurdo y no tener sentido. Algunos llegan a utilizar su sufrimiento para negar a Dios, o son llevados a la desesperación e incluso al suicidio. Pero Dios tampoco quiere que esta gente sufra. Por eso envió a su hijo. De hecho Dios se identifica con los que sufren y se compadece de ellos, como podemos concluir del pasaje de Mateo 25 que hemos citado. Pero espera que la iglesia juegue un papel en el aliviamiento de este sufrimiento. Por otro lado, Dios mira de lejos a la gente que vive muy segura de sí misma en su auto-suficiencia, orgullo y prosperidad, negando a Dios, y que no hace nada por ayudar a los que sufren. Tarde o temprano a esta gente satisfecha de sí misma le llegará el sufrimiento. Quizás ese sufrimiento los llevará a buscar a Dios. Entonces tal vez estén preparados para reconocer su pecado y aceptar la solución que Dios ofrece, si es que aún están a tiempo. “En su angustia me buscarán” (Oseas 5:15). ¿Qué podemos decir acerca del infierno? Todos mereceríamos ir a ese lugar si no fuera por la fe que hemos depositado en nuestro Señor Jesucristo. Sabemos que en lugar del infierno nos espera una eternidad al lado de Dios, donde gozaremos de su presencia por siempre. Es esto lo que Dios desearía para todos los seres humanos. Los que se van al infierno es porque no desean pasar la eternidad con Dios. Por eso son abandonados a pasar una eternidad separados de Él. ¿Cómo es el sufrimiento que experimentan los que van allá? El Señor dijo que allí será “el lloro y el crujir de dientes”. Es decir que no la pasarán bien. Pero el hecho es que ellos mismos escogieron ir allí. ¿Y el sufrimiento de los animales? El apóstol Pablo nos dice que “la creación fue sometida a vanidad, y que la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una de dolores de parto hasta ahora”. (Romanos 8:20-22). Es decir que el sufrimiento en la naturaleza es consecuencia del pecado del hombre, y que cesará cuando llegue la liberación final de la creación. Pero, ¿cómo sufren los animales? Sabemos que los animales viven en el presente, ciertamente experimentan dolor, pero no sufren por males pasados ni futuros, lo que implica que no son del todo conscientes de lo que están viviendo. Por eso podemos concluir que su sufrimiento no es comparable con el que experimentaría un ser humano en su situación. ¿Y qué hay de aquéllos que se inflingían sufrimiento sí mismos, como ciertos monjes en la Edad Media? Esto es contrario al plan de Dios. La tribulación la envía Dios, es para su gloria. Pero el sufrimiento que yo me inflinjo a mí mismo, ¿cómo podría ser para la gloria de Dios? A menos que ese “sufrimiento” se deba a que estamos renunciando a las cosas que nos apartan de Dios, lo cual puede doler un poco al comienzo, pero una vez que somos libres se convierte en un motivo de gozo. Entonces, el terremoto de Lisboa, ¿por qué ocurrió? ¿y los atentados en Magdeburgo, Aschaffenburg, Mannheim y Múnich? En el segundo caso, como dijimos arriba, Dios quizás no intervino porque habría tenido que obrar contra nuestro libre albedrío. Además es claro que esto fue producto del pecado de la personas que cometieron los atentados, tratándose por ende de un mal moral. Pero el terremoto de Lisboa pareciera no tener nada que ver ni con el pecado ni con el libre albedrío. En efecto éste es un ejemplo de mal natural, como lo son también las enfermedades (pensemos, por ejemplo, en la pandemia). El pasaje de Romanos 8:20-22 que hemos citado arriba nos dice, empero, que el pecado también entró en la naturaleza. Así que el mal natural no es del todo independiente del pecado. Aunque alguien podría argumentar de que la intervención de Dios en este caso no habría violado el libre albedrío de nadie. A esto podemos responder que quizás Dios no intervino porque tendría que haber ido contra sus propias leyes naturales. O tal vez porque ese sufrimiento era parte de su plan, o quizás simplemente porque el tiempo en que Dios va a intervenir en la historia aún no ha llegado. Pero éstas son sólo especulaciones.

Con lo que hemos dicho en este artículo no pretendemos, no obstante, haber descifrado el misterio de por qué ocurre el mal en cada situación, sino sólo esperamos haber aclarado el hecho de que el sufrimiento forma parte del plan de Dios, de que no es algo absurdo, y de que no es incompatible con su bondad, como algunos creen. Sabemos que Dios es bueno, por la abundante bondad que hay en la creación, por todo el bien del que gozamos, y por su amor del que su palabra nos da testimonio (se podría preguntar: y si Dios no existiera o no fuera bueno, ¿de dónde provienen todas las cosas buenas que hay en este mundo? , en respuesta a la pregunta de por qué un Dios bueno permite el mal), así que algún propósito debe haber tenido todo este sufrimiento. Ciertamente a la larga esto debe contribuir a su gloria, como parte de un plan a escala cósmica, la cual nos será revelada en su totalidad algún día, cuando estemos en su presencia. Es necesario también recalcar que Dios es soberano. Sus razones no son nuestras razones. Él, que tiene toda la realidad del universo en su mente, ve infinitas cosas que nosotros no vemos. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 

Image

Wir nutzen Cookies auf unserer Website. Einige von ihnen sind essenziell für den Betrieb der Seite, während andere uns helfen, diese Website und die Nutzererfahrung zu verbessern (Tracking Cookies). Sie können selbst entscheiden, ob Sie die Cookies zulassen möchten. Bitte beachten Sie, dass bei einer Ablehnung womöglich nicht mehr alle Funktionalitäten der Seite zur Verfügung stehen.